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Una “visita” permanente

Transcurrían los primeros días de la llegada de María Helena, nosotros intentábamos ajustarnos al nuevo estilo de vida y horarios del mágico y caótico mundo de ser madres y padres; sin embargo no todos en casa estaban de acuerdo con tantos cambios.

Una nueva habitante estaba recibiendo toda la atención y cariño, se extremaron las medidas de sanidad, el olor a gel antibacterial que tanto fastidiaba a Fiona ya era regular en las manos de sus humanos, se limitaron los lugares para tomar la siesta o en su defecto debía compartirlos, el mejor sol de la mañana y de la tarde eran para la nueva integrante, y fue entonces cuando aquel conocido refrán “Las visitas como el pescado al tercer día apestan” cobró sentido para la que había sido la consentida de la casa.

Por un lado Fiona se comportaba como la mejor hermana mayor del mundo, respetando y cuidando a su hermanita, si María Helena lloraba y yo no estaba cerca corría a avisarme, si recibíamos alguna visita no perdía de vista a quien la estuviera cargando, en más de una ocasión se aferró a las piernas de alguna de las abuelas para llamar la atención y reclamar que devolvieran la bebé a mi lado, protegiéndola a su manera. Además como si entendiera los plazos de recuperación de la cesárea dejó de acostarse cerca de mi cabeza o vientre, prefiriendo calentar mis pies.

Pero como sucede en las historias de la vida real no todo es color rosa, nos concentramos tanto en María Helena que descuidamos un poco a Fiona (Grandísimo error!),  ya no la consentíamos igual y casi ni jugábamos, las tareas se limitaban a tenerle su comida, agua y baño al día.

A causa del estrés comenzó a perder pelo, para cuando caímos en cuenta y aceptamos la culpa ya iba avanzado el tema, sus juegos con nosotros se tornaron un poco más agresivos y como si lo hiciera a propósito cada vez que la bebé dormía y la acostaba con la delicadeza de quien manipula una bomba atómica Fiona empezaba a maullar, por lo que en muchas ocasiones tenía que volver a cargar a María Helena para consolarla.

El reclamo de nuestra gata cada vez se dirigía más hacia mí, al fin y al cabo soy su madre adoptiva y era yo quien menos le dedicaba tiempo, así que cuando me veía sin su hermanita corría a arruncharse, a querer jugar, incluso a rasguñarme si la ignoraba, recibí además un par de sorpresas olorosas fuera de su arenera con dedicatoria especial.

Tras esos incidentes era necesario tomar medidas, a pesar del cansancio de mi nuevo trabajo me comprometí a dejar las excusas y asumir mi responsabilidad, ser consciente que Fiona en efecto se comportaba como una hija mayor (aunque a algunos no les guste la comparación), y debía dedicarle tiempo, en este proceso ella debía entender que nuestra familia había crecido y ahora esta visita era permanente.

Fue así como una tarde de sábado mientras descansábamos, casi 4 meses después del nacimiento de María Helena, Fiona se acercó con la habilidad de un guerrero ninja y se acostó con nosotras, poco a poco y con paciencia para al fin decirnos en su primer arrunche que la aceptación era total. (Créditos de la foto a mi paparazzi esposo).

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