Fiona, la fundadora
El inicio de la vida adulta llega con responsabilidades, trabajo, cuentas por pagar y relaciones serias.
Nosotros, después de años de noviazgo universitario, estábamos listos para empezar a convivir y dar un paso adicional: adoptar una mascota.
Por mi pasado con Tola me definía como “Dog Person”, pero debido al reducido espacio del apartamento me negaba a someter a un perro a estar encerrado y esperándonos todo el día para dar un paseo. Necesitábamos una mascota pequeña e independiente, que además se ocupara de un problemita de plagas que habíamos heredado del dueño anterior en este nuevo hogar, la solución era felina; yo me opuse, me opuse con todas mis fuerzas, hasta que él me convenció.
A los pocos días y apenas con dos meses de edad la fuimos a recoger al centro de adopción una linda gatita, su instinto la llevo a aferrarse a mí queriendo despertar mis sentimientos, ella me había escogido como su mamá y yo finalmente no pude resistirme, así empezó a formar parte de nuestra familia, la llamamos Fiona.
En casa se hizo cargo de su tarea, empezamos a conocerla, a intentar educarla, a gozar y sufrir con sus aventuras y travesuras, curiosamente empezó a adoptar actitudes perrunas, quizás por supervivencia o quizás porque los gatos en su afán de dominación mundial planean acercarse a los humanos de esta manera.
Terminamos por ceder tantos espacios, Fiona nos presta su cama, permite que vivamos en su casa, nos deja ir a trabajar para que le traigamos a tiempo su comida, como recompensa nos recibe en la puerta al llegar del trabajo y se tumba sobre la alfombra para que podamos consentirla unos segundos, en las mañana sirve de reloj despertador maullando afuera del cuarto anunciando que es momento de los “5 minuticos más”… pero de arrunche.
Quién lo hubiera creído, Fiona cambio mi manera de pensar sobre los gatos, es que finalmente no es cuestión de amar a perros o a gatos, sino de amar y respetar todas las formas de vida del universo.